Discurso de Roberto Gil, durante su participación en la Sesión Especial de la ONU sobre las drogas
Senador Roberto Gil Zuarth: Ciudad Juárez es una ciudad fronteriza con Estados Unidos.
Es residencia del Cártel de Juárez; en los noventas, fue la ciudad en donde los feminicidios crecieron a una tasa escalofriante y ha sido nombrada la ciudad más violenta del mundo varias veces en su historia.
Yo crecí en Ciudad Juárez.
En ella fui testigo de muchos amigos y vecinos que eligieron el estilo de vida de narco: el dinero excesivo, el lujo ostentoso, el poder fácil y la popularidad que con él se adquiere. Muchos de estos amigos y vecinos acabaron en la cárcel. Muchos otros fueron asesinados. La prohibición no pudo evitar nada de esto.
Ha llegado el momento de aceptar que le hemos apostado a la solución equivocada.
La prohibición ha enriquecido a las organizaciones criminales a niveles inmanejables.
No hemos sido capaces de detener, ni siquiera reducir, el consume de drogas.
Por el contrario, la prohibición ha propiciado un Mercado legal para drogas químicas mucho más dañinas que la marihuana e, incluso, la cocaína.
Todavía peor: la prohibición ha generado las condiciones para el surgimiento de un mercado negro en el que los narcotraficantes tienen enormes márgenes de ganancia.
Países productores de drogas, países como México enfrentan un doble drama.
Enfrentamos el mismo reto que todos ustedes en materia de consumo: cómo prevenir que nuestros jóvenes prueben las drogas o que se conviertan en adictos.
Pero también enfrentamos el reto de prevenir que nuestros jóvenes sean reclutados por las organizaciones criminales.
Nuestros jóvenes se han convencido de que una vida de lujo, por muy breve que sea, es preferible a la desesperanza de la pobreza permanente. Incluso las series de televisión, por ejemplo, han fortalecido la idea de que la vida del narcotraficante es seductora, excitante, posible.
Hace tres años, la Policía Federal mexicana capturó a un sicario de 12 años. Confesó haber matado a cuatro personas. Las autoridades creían que pudieran haber sido hasta 50. Todo por un sueldo semanal de 120 dólares.
Era miembro del cártel del Pacífico del Sur; una organización criminal cuyos miembros tienen todos entre 23 y 31 años de edad.
Las prisiones mexicanas están repletas de jóvenes. Muchos de ellos no conocen otra vida que la del delito. Sin embargo, la prisión difícilmente ofrecerá una segunda oportunidad, una alternativa legal de vida.
El Estado mexicano ha invertido en el futuro erróneo para nuestra juventud.
Gastamos 80 veces el presupuesto en perseguir el mercado de drogas ilegales que en prevenir las adicciones. Cuatro veces el presupuesto anual de la Universidad Nacional.
Gastamos 30% más en un recluso que en un universitario.
Mientras tanto, el mercado negro de drogas ilegales está seduciendo a nuestros jóvenes, está corrompiendo a nuestras autoridades, es la causa principal de la violencia que mi país sufre todos los días.
El mercado negro es el regalo que le hemos dado al crimen organizado.
No podemos darnos el lujo de mantener esta insensatez.
Tenemos que repensar nuestra aproximación a las drogas, tanto de su consumo como de la producción.
En las últimas décadas investigación seria ha sugerido que el respeto a la ley no es producto del miedo, sino que responde a motivaciones internas.
Lo mismo se ha demostrado para el consumo de drogas.
Hay alternativas que nos demuestran que tomarnos el tiempo para entender las adicciones y las circunstancias individuales en las que se desarrollan, así como emplear herramientas de tratamiento cognitivo conductual puede, de hecho, modificar los hábitos de consumo.
Dar educación, propiciar la toma de responsabilidad, ofrecer oportunidades, tratar a los consumidores con respeto, son elementos torales para reducir el consumo de manera efectiva.
Pero no es suficiente. El mercado negro ha transferido a las organizaciones criminales recursos suficientes para capturar a nuestros jóvenes y para destruir nuestras comunidades.
Regular el mercado de marihuana ofrece a nuestros Estados la oportunidad de reorganizar el gasto público y sus prioridades; de cambiar el foco de atención del castigo a la prevención; de actuar para prevenir el daño; de ofrecer a nuestros jóvenes una alternativa a la pesadilla de las drogas.
Porque el primer paso, el paso más importante para reducir el daño del tráfico y el consumo de drogas, para proteger a nuestra juventud, es eliminar el mercado negro.
No debemos desperdiciar otra generación en políticas costosas e inefectivas.
Tenemos un reto. Tenemos un problema que debe ser resuelto. Podemos, todos, creo, coincidir en el mismo objetivo.
Pero tenemos que abandonar las políticas basadas en el miedo y el prejuicio.
Cambiemos la forma en la que tratamos el problema de las drogas. Es momento de comportarnos en una forma más humana y justa.
Muchas gracias.