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De una vida «dedicada a Dios» a silenciosa cómplice de atroces abusos sexuales

De una vida «dedicada a Dios» a silenciosa cómplice de atroces abusos sexuales

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La religiosa que estaba al cuidado de las niñas en el instituto Antonio Prólovo fue imputada de ser partícipe necesaria en tres casos de vejaciones. Ella negó todo y atribuyó las denuncias a una «moda».

Dos caras. Apariencia y realidad. De día, una estudiosa monja que continuamente se capacitaba y obtuvo dos profesorados, uno en Educación Especial, y «dedicaba su vida a Dios». De noche, según cuentan las víctimas, una silenciosa partícipe de los más atroces abusos sexuales a niños, varios de los cuales –denunciaron– ocurrían curiosamente las semanas en que ella vigilaba ciertos pabellones del Instituto Antonio Próvolo para chicos hipoacúsicos de Luján.

Kumiko Kosaka (42) no tiene otro vínculo que el que dice profesar con Dios. Nació en Japón en 1974 y con su familia llegó a Argentina cuando tenía 3 años. Sus padres fallecieron recientemente y sólo le quedan 3 hermanos (una vive en Japón, otro en España y el tercero en Buenos Aires), pero dijo no tener trato con ninguno, tal vez porque se inició como novicia muy joven y se convirtió en monja en el 2000. En el Próvolo vivió casi una década, entre el 2004 y el 2012.

Su nombre oriental se conoció a fines de marzo, cuando una ex alumna del instituto –hoy de 17 años–, contó que cuando tenía sólo 5 fue abusada por el sacerdote Horacio Corbacho (uno de los 6 detenidos), y que en aquel momento la religiosa le puso pañales para disimular el sangrado que le provocó el ataque sexual.

Pero ese no es el único caso por el que se la acusa: las víctimas declararon que ella mandó a otra alumna a llevarle tortitas a Corbacho, quien aprovechó el envío para violar a la menor.

Sin embargo, cuando el fiscal subrogante Flavio D’Amore la interrogó el jueves último por las acusaciones de los menores que la identificaban, con tono tranquilo y pausado, propio de quien no siente la menor empatía por los niños, negó todo. Lo hizo una y otra vez en la indagatoria que duró casi 10 horas en tribunales provinciales, luego de que se entregara a la Justicia en Buenos Aires.

Con una frialdad que crespaba la piel de quienes la escuchaban y conocían los detalles que aportaron otras víctimas, Kosaka aseguró que las denuncias en su contra responden a cuestiones «de política o de plata», y se explayó al explicar que por más que ella y otros religiosos habían hecho votos de pobreza, «somos parte de un cuerpo, el cuerpo de la Iglesia y cuando tocan a una parte nos tocan a todos. Por eso nosotros podríamos pedir ayuda a otra parte de la Iglesia», deslizó, sin inmutarse.

En su maratónica declaración, recalcó que las denuncias eran producto de «un boom; es una moda denunciar a curas y monjas».

Y pretendiendo rebatir la sospecha de que tiene la personalidad del perverso que disfruta con el dolor ajeno, presentó un informe psicológico reciente que habría hecho un psicólogo mendocino que curiosamente la visitó en Buenos Aires durante el mes que estuvo prófuga y vivió en el departamento que era de su madre. Su abogado solicitará que ese profesional sea perito de parte en el avance de la investigación.

«Desde su lugar se veía todo»

Kumiko Kosaka era una de las dos monjas a cargo del pabellón de mujeres en el albergue del Próvolo. Durante la mañana ella dedicaba sus horas al estudio y cursaba en el colegio Santa María Goretti de Luján y por las tardes servía la merienda para todos los alumnos del Próvolo.

Según testimonios de ex alumnos, durante ese refrigerio solía golpear a niños y niñas con el fin de «marcar» a los más sumisos, que a futuro serían candidatos para los abusos.

Por las noches, el protocolo del instituto hacía que cada semana una monja «vigilara» el pabellón femenino. Curiosamente varios casos de abuso sexual habrían ocurrido mientras ella «vigilaba».

«La habitación que tenía por aquel momento estaba a no más de 3 metros del baño en que fue abusada la adolescente que la implicó, y su puerta estaba justo frente a la del baño: es imposible que desde allí no haya visto ni escuchado nada. Además, se cree que allí también ocurrieron otras vejaciones, que por lo que indican las víctimas coincidían con los días en que ella estaba a cargo de la vigilancia», contó un investigador del caso.

Para sostener su versión de que no existieron aquellos abusos denunciados, Kosaka añadió que en el Próvolo «no se lubricaban las cerraduras de las puertas con la intención de escuchar el ruido que hacían al cerrarse o abrirse, y mantenerse así alerta», y aseguró que desde su habitación se escuchaba cuando alguien tiraba la cadena del baño y que ella tenía sueño liviano.

Dijo no saber lenguaje de señas

Una de las contradicciones en las que cayó en su extensa declaración del jueves se dio cuando se le preguntó si había visto, durante sus casi 10 años de trabajo en el Próvolo, a algún niño lesionado o si alguno le había pedido ayuda.

Después de que en su presentación recalcara que tenía dos profesorados, uno de ellos en Educación Especial –donde la capacitación incluye estrategias para comunicarse con niños sordos–, horas más tarde la religiosa negó haber visto a algún alumno lesionado en el Próvolo y deslizó que si alguien le pedía ayuda no podría asistirlo porque desconocía el lenguaje de señas.

Ante la mirada atónita del fiscal y los abogados querellantes, quiso salir del paso diciendo que «a algunas señas de los chicos del Próvolo las entendía, porque eran como un dialecto de la institución, pero si me encontraba con un chico sordomudo en la calle probablemente no le entendería nada», y aseguró que cuando tenía dudas sobre lo que le decían le pedía a una de las alumnas más destacadas para que le tradujera lo que le solicitaban.

En su negativa también dijo desconocer la denuncia de abuso sexual contra el monaguillo y celador Jorge Bordón iniciada a fines del 2008, en donde la víctima sería un ex alumno que en aquel momento tenía 12 años. Tras esa denuncia y otras de varios padres, la administradora del instituto separó al celador de su cargo y le asignó tareas administrativas y el cuidado del sacerdote Corradi.

Amistad sí, obediencia no

Kosaka no pertenecía a la orden de Antonio Próvolo sino que se ordenó monja en la congregación Nuestra Señora del Huerto, que tiene una sede en Eugenio Bustos, San Carlos, y otra en Buenos Aires. El vínculo entre ambas instituciones eclesiásticas suponía que cuando el Próvolo generaba un albergue de niñas la congregación de monjas enviaba a religiosas para «cuidarlas».

Más allá de lo estrictamente institucional, varias personas del entorno del instituto lujanino aseguraron que había un fuerte vínculo entre ella y el director Nicola Corradi y también con Horacio Corbacho.

Quizá ante tamaña amistad, y fundamentalmente buscando conocer el origen de su cómplice silencio, el fiscal fue directo al vínculo y le preguntó si dentro de la estructura de la iglesia, ella debía obediencia a los sacerdotes acusados.

«No», contestó la religiosa, y agregó: «Sólo debo obediencia a la madre superiora de la sede de Buenos Aires», y aclaró que su congregación tiene dos superioras provinciales del mismo rango (la otra esta en Córdoba) y que ellas dependen de una autoridad de Roma, que a su vez responde directamente al papa Francisco.

Las dos caras de la «monja mala»

Para abonar una imagen de servidora de Dios que se dedicaba a ayudar a los niños del Próvolo, Kosaka resaltó varias veces que gracias a su capacitación como docente solía asistir a los niños en las tareas y rara vez necesitaba disciplinarlos, porque eran todos muy tranquilos.

Sin embargo, en todos los testimonios los niños indicaban con insistentes señas que era la «monja mala» y que los golpeaba continuamente.

De hecho, entre las últimas causas que se sumaron en su contra figura el caso de una ex alumna quien relató los maltratos de Kosaka, y contó ella se había ensañado con ella y que durante las meriendas la obligaba a comer hasta vomitar.

A ese perfil descripto por las víctimas se suma la declaración de su compañera en el instituto, la monja Asunción Martínez (60), quien fue traída por la defensa de Kosaka desde Formosa para que declarara a su favor.

Esta religiosa, que trabajó con su par japonesa entre 2004 y 2009, admitió que aquella tenía «un fuerte carácter» y que en cierto momento, como no entendía ciertos hábitos de algunos niños de bajos recursos del Próvolo, ella la llevó a conocer la casa de algunos en Lavalle para que viera como vivían y tratara de entender sus costumbres basadas en ciertas privaciones de los chicos.

El martes próximo Kumiko Kosaka, imputada de «partícipe necesaria en casos de abuso sexual con acceso carnal y corrupción de menores», ampliará su declaración, esta vez respondiendo las preguntas de la querella. Allí se sabrá si se mantiene en negar todo lo que demuestran las pruebas y los testimonios de las víctimas o si admite algo de lo ocurrido en el Próvolo.

Por Diario Uno

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