Constitución, punto de partida para alcanzar la libertad, igualdad, justicia social y desarrollo: Roberto Gil
SENADOR ROBERTO GIL ZUARTH: Muy buenas tardes tengan todos ustedes.
Agradezco y reconozco la presencia de distinguidos miembros del presídium:
Señor presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Señora procuradora General de la República.
Señora rector de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Muchísimas gracias por recibirnos en este recinto y por aceptar la suscripción de este convenio de colaboración entre el Senado de la República y nuestra máxima casa de estudios.
Señores senadores Cervantes, Burgos.
Señores académicos, doctor Pedro Salazar.
Muchísimas gracias a las señoras senadoras, señores senadores, coordinadores parlamentarios.
Magistrado presidente del Consejo de la Judicatura.
Miembros de la comunidad académica de la Universidad Nacional.
Amigas y amigos todos:
El constitucionalismo mexicano inició su largo recorrido de casi dos siglos en este recinto, en este viejo templo laico fue discutida y aprobada la primera Constitución del México independiente.
Un nuevo orden social se edificaba desde aquí, en la primacía de la Constitución y en la garantía de la libertad.
Sobre la Constitución nada ni nadie, la soberanía originaria del pueblo se trasladaba a un texto normativo, a una ley fundamental que instituía, regulaba, normaba y fijaba límites a los poderes públicos.
Aquí, dentro de estos muros, que en algún momento sirvieron para la introspección espiritual, nacieron o se refrendaron buena parte de las instituciones que hasta la fecha nos rigen.
Ninguna Constitución es producto de la revelación. Sus contenidos son la síntesis histórica de un conjunto de valores que una sociedad reconoce como propios. El resultado pétreo de procesos políticos que concilian distintos modos de ser, el conjunto de soluciones normativas a los problemas de la realidad.
Nuestra casi centenaria Constitución de 1917, es impensable sin la herencia del texto del 57; sin los vaivenes constitucionales de 1836 y 1843; sin las pinceladas democráticas de las actas de 1847 y el instrumental garantista de Otero; sin la fuerte y profunda, impronta liberal de la aquí suscrita en el año de 1824.
Nuestra Constitución es impensable sin las rupturas revolucionarias de Chilpancingo, Ayutla y Guadalupe. Inimaginable sin las tensiones entre liberales y conservadores, entre federalistas y centralistas; entre las pretensiones restauradoras de la monarquía y las aspiraciones fundacionales de la República.
La Constitución del 17 aprendió de los errores del texto precedente. Aquellas deficiencias, oscuridades y diseños imperfectos que abrieron puerta a la dictadura, como afirmó en su discurso inaugural allá en Querétaro, Venustiano Carranza.
La del 57 se miró al espejo del primer experimento liberal de 24 para emular instituciones o tomar distintos cursos de acción, para la continuidad o la ruptura de una tradición constitucional en ciernes.
Todas nuestras constituciones se reconocen al final de cuentas en un largo continuo que puede parar en Apatzingán e incluso desembarcar en el puerto de Cádiz.
Y así como nuestro constitucionalismo es el devenir histórico de procesos constituyentes y de textos normativos que rigieron para otros tiempos y para otras circunstancias, el constitucionalismo del Siglo XXI que inicia no sólo es la larga secuencia de reformas y cambios a la Constitución sino la compleja evolución del modo en que nos entendemos como una comunidad y de la forma en la que pretendemos vivir en comunidad.
No solamente ha cambiado sustancialmente la Constitución sino también nuestro entendimiento de los problemas que debe abordar, de los marcos de referencia que debe acordar; del tipo de instituciones y de relaciones que exige una sociedad en constante y profundo proceso de cambio.
El constitucionalismo del Centenario pone a la persona y no al Estado en el centro de la organización política. Ha abandonado el viejo sistema de garantías otorgadas por el Estado y ha asumido en contrapartida un sistema de derechos reconocidos frente al Estado por cuanto patrimonio ético de la humanidad.
En el constitucionalismo del Centenario la ley compite con la sentencia como fuente de creación del derecho. El legislador y el juez expanden por igual la fuerza normativa de la Constitución. Uno y otros la aplican directamente, tienen ambos el deber de maximizar la eficacia de los derechos fundamentales y de las libertades públicas.
En el constitucionalismo del Centenario no hay reglas nimias, declaraciones programáticas de cumplimiento condicionado, o contenidos neutros.
Cada porción del texto constitucional puede ser invocada para resolver un conflicto, fijar el alcance de un derecho, los límites de una facultad o los términos de una obligación.
Cada palabra en el texto constitucional produce efectos, genera consecuencias prácticas, porque la constitución es norma y no mero proyecto de destino utópico.
Precisamente nuestro cambio constitucional se ha dado a través de reformas, pero también todos los días a través de su aplicación, a través de las sentencias, a través de las decisiones desde la política.
Prácticamente lo hemos cambiado todo por reforma o por interpretación, pero nuestra constitución se mantiene estable a pesar de nuestra promiscuidad reformista. Obliga y es obedecida. Su capacidad de adecuación y su condición dúctil y abierta al tiempo le ha asegurado una prolongada vigencia.
La Constitución es el relato de nuestra vida institucional que cada generación escribe sobre nuevas páginas en blanco, pero nunca al vacío; en la congruencia de una historia que tiene principio, protagonistas, sucesos y desenlaces.
Sí, también le hemos otorgado a nuestra Constitución vocación reglamentaria, dimensión casuística, perfil detallista. La hemos usado para pacificar y petrificar consensos y también para resguardar disensos.
Su supremacía ha servido al propósito de reducir la pluralidad valorativa de sus contenidos. Su rigidez nos ha servido de coartada para institucionalizar la desconfianza a la ecuación de las mayorías. Ha crecido en palabras, artículos y normas transitorias.
Es pues una Constitución enteramente nueva para un constitucionalismo totalmente diferente. Es norma sujeta a las inevitables tensiones y contradicciones de la política.
Conmemorar un momento histórico puede tener dos motivaciones: honrar la sepultura o celebrar la vida. Porque nuestro constitucionalismo ha evolucionado y con él nuestra Constitución, el texto de Querétaro está, a mi juicio, muy lejos aún del mausoleo.
Tiene vida y vigor, aunque sin duda reordenada podría leerse, entenderse e interpretarse mucho mejor.
A un año de su Centenario debemos reflexionar sobre las bases, la esencia y destino de nuestro constitucionalismo.
Ahí están, en esa reflexión, las claves para perfeccionar los principios estructurales, las ideas y los anhelos, los ideales y las realidades que dan forma al ser y sentido al deber ser de nuestro texto constitucional.
De eso se tratan para el Senado, las actividades conmemorativas rumbo al Centenario de la Constitución.
Por eso hemos creado una Comisión que tendrá a su cargo articular la deliberación sobre la pertinencia e idoneidad sobre los retos y desafíos de nuestros consensos constitucionales, de los de ayer y los de hoy, de los que siguen intocados o de aquellos que hemos logrado en los meses recientes.
En la celebración de la vida de nuestra Constitución, intentaremos vislumbrar los nuevos problemas normativos que nos impone la realidad, pero también discutir sobre las instituciones que debemos crear, corregir o suprimir para enfrentarlos.
Concurriremos con otros poderes para repensar pero también para reformar, porque una sociedad que se queda paralizada frente al cambio, es una sociedad que claudica a su mejoramiento progresivo.
Desde hoy y por el siguiente año, en 100 actividades y por los 100 años de nuestra Constitución, intentaremos sembrar la conciencia de que la Constitución es el punto de partida de la política para alcanzar la libertad, la igualdad, la justicia social, el desarrollo.
Que sin Constitución no hay viento, barco, tripulantes para sortear las injusticias y abatir la desigualdad.
Conmemorar a nuestra Constitución para renovar nuestro patriotismo constitucional, la lealtad a la norma, a las reglas y a los valores que las explican, al orden social y político que juntos, a lo largo de estas generaciones, hemos creado.
Cien actividades por 100 años de vida de una obra inacabada que nos ha unido y nos une bien como Nación.